Con tres peques de edades tan diferentes como doce, nueve y tres años hay un montón de situaciones al día que te hacen sentir el tío (bueno, en este caso, el padre) más feliz del mundo. Pero claro, esas situaciones no tienen porque ser constantes o puede que otros días se den la vuelta y me hagan sentir el peor padre del mundo.
Hay días que al llegar a casa, te recibe alguna con un súper beso y contándote todo lo que le ha pasado en el cole, pero otros, se juntan dos y "luchan" por ser la primera en contármelo y acaban enfadadas.
Cosa que también suele pasar en las cenas. Hay noches que casi nos atragantamos de la risa por las conversaciones que tenemos los cinco y otras, casi nos atragantamos porque tenemos que parar algún conato de "guerra" entre hermanas.
Con esto quiero decir, que en realidad no tenemos un momento que se repita a lo largo de los días. Cuando eran bebés, supongo que hubiera elegido el momento baño que era nuestro momento y casi nunca se torcía. O el momento cuando se dormían y me pasaba horas mirándolas y disfrutando de la paz que transmitían. Si estuviera en la etapa que empiezan a caminar, hubiera elegido el momento que descubrieron los escalones y nos pasábamos los ratos subiendo y bajándolos. Y así, miles de micromomentos especiales e inolvidables.
Pero como me he propuesto elegir uno, voy a elegir uno "muy íntimo" entre mis peques y yo. Que siempre les ha salido espontáneamente a las tres cuando eran pequeñas y que no sé si les pasará a los demás papás (a las mamás me parece que no porque ellas no lo generan o eso me suelen decir). Es ese momento, cuando me levantan la camiseta y descubren en mi ombligo una hiper mega súper pelusa y me la quitan diciendo "¡¡puaj!! ¡¡qué asco!!". Y acaban haciéndome una pedorreta en la tripa.
jajajaja al mio le fascina su profundidad jajajaja
ResponderEliminarMe ha encantado!!
ResponderEliminarVeo que parece algo común :-)